(Francisco Pérez Daza)
Fuente: Revista de Feria de 1997
Septiembre escapa desde el corazón del verano anunciando el sabroso otoño de los olivos, las arenas flameantes sobre el ardor de la feria, nos invita a zambullirnos en un mar de cristal y fuego. En el horizonte arreboles vírgenes, espuelas de sol, espejismo rojo, pero aun es buen tiempo, se anuncia el otoño que es promesa, es caricia, es la imagen de la magia y, todos queremos participar en el hervor feraz sobre la hierba fresca de esos días que prometen, el dulce néctar del beso o el abrazo, o los cuerpos en el cimbrel del baile, en la exposición urente de los pies y las palmas, de la risa y el canto.
Villa del Río, tiembla, respira, bulle intensamente, y seguimos la costumbre de bañarnos en el diluvio de las castañuelas, empapados en el aroma, embelesados en el fulgor de los sentidos dando libertad a ese hervor de eterna adolescencia, arrancando el recuerdo de aquellos tiempos nobles, de nuestra primera juventud de fuego.
Pero la incruenta mordedura, la lenta mordedura del tiempo nos viene con fuerza irrefrenable desde los orígenes sordos de la naturaleza que calma y exige su tributo.
"Al brotar un relámpago nacemos y aun brilla su fulgor cuando morimos tan corto es el vivir" (Bécquer)
Los momentos de estos días, ninguno de nosotros los volveremos a vivir jamás. Pero da igual: ya fueron vividos por otros, de los que somos herederos universales y serán así mismo vividos por quienes nos hereden. Esforcémonos, pues, en hacerlos apacibles y plenos, para que se nos recuerden con la gratitud con que nosotros recordamos a los anteriores depositarios de estas calles, de estas plazas, de estas torres, de este río.
Estamos avanzando por un camino trazado hace miles de años. De nosotros depende, para los que vengan detrás, ya que no la dirección de ese camino, sí su alegría, sí su fervor y sí su bienestar. Es verdad que cualquier cultura es la paciente consecuencia de la Historia. Es verdad que representa el temperamento, el carácter, el pasado de un pueblo: su explicación y su razón de ser, su origen y su proyecto, su memoria y su profecía. Hay historias que están en los libros, pero la nuestra no cabe en los libros, porque es la vida y la sonrisa de nuestro pueblo, el brillo de sus ojos, su esperanza, la verde joya de sus aceitunas, el agua de su río, esa senda navegable de las culturas que se acercaron a nosotros y de la cultura que nosotros emanamos. Y es que nosotros somos nuestra propia cultura. Así, fue y así seguirá siendo en los confines del espejo de las auroras, bajo los muros de piedra molinaza que, empapados de soledad, agua y sol, regresan a veces de las antiguas cúspides romanas.
Sírvame este epilogo para decir que, hace dos años embarque en la difícil tarea de hacer una investigación arqueológica sobre nuestro pueblo. Hallar sus sendas, buscando en las huellas no borradas, sendas pulidas por los viajeros del tiempo en el itinerario fluvial y viario; camino de agua a golpe de sirga, caminos de carretas, de carros, de arrieros, venero de gentes, caminantes por tierras Béticas que buscaban las rosas invisibles de los vientos, que trajeron historia a este pueblo blanco que es Villa del Río.
Hoy después de, numerosas consultas en las fuentes de más crédito, numerosas prospecciones y rastreos en el campo, numerosas muestras recogidas, hallazgos casuales y mil cosas mas, me atrevo a hacer uso de las palabras de D. Antonio García Bellido, para decir que en este inacabable trabajo he tenido el privilegio de tener en el cuenco de mis manos esas cenizas y con amorosa timidez he soplado sobre ellas y he creído percibir aun el calor del rescoldo. Me ha parecido ver que, entre las grises cenizas de materia y extinta, a veces saltaban también al aire tenues pavesas que destellando un instante se convertían muy luego como he humildes lucecillas de luciérnaga. Aún quedaba algo que no era todavía ceniza y nos lo recuerda nuestro paisano que, vivió en el siglo III d. C. Cerca de la Ermita de la Virgen de la Estrella. AGATONICUS, hombre griego que significa "buen vendedor".
D(is) M (anibus) S(acrum)
Consagrado a los dioses de los muertos (Dii Manes).
Querido por los suyos (yace aquí).
Efectivamente yace aquí en esta tierra, qué más da que fuera esclavo o libre, vivió y murió con los mismo aires de Campiña, de siesta y aroma, con el canto incansable de la chicharra en el reino del amarillo jaramago, donde los tejados se visten de paisaje para no enfadar a la madre naturaleza y entre un mar de olivos, equilibrio arquitectónico, manchones blancos como montañas de cal y teja. Y los fuegos de la noche al quemar las viejas ramas del olivo, luz lejana de atalaya y aroma de nuestra tierra.