(Mª Ángeles Clementson Lope.)
Fuente: Revista de Feria de 1998
Al noroeste de Villa del Río y a orillas del Guadalquivir encontramos un bello ejemplo de aceña árabe. Se conoce como tal al molino harinero situado dentro del cauce de un río y que utiliza la fuerza motriz del agua para moler el grano. La palabra "aceña" procede del árabe as-saniya, que significa "la que eleva" el agua, la rueda hidráulica, que procede a su vez del verbo Çaná, "regar".
Al lugar donde estaba localizada la aceña de Villa del Río se le conoce popularmente, y desde tiempo inmemorial, como "paso de la aceña", en referencia a la antigua azuda o presa que, mediante un sistema de tajamares y compuertas aliviadero, permitía, por su parte superior, el paso de las gentes a la otra orilla, a modo de puente.
Esta aceña es de época árabe, aunque podríamos señalar sin miedo a equivocarnos, basándonos en la observación del gran volumen de los sillares del arranque de los muros y en el anclaje de los mismos, que estaría sobre unos cimientos de época romana. Arquitectónicamente es de forma circular para así resistir mejor el empuje del agua y sus fábricas y cubiertas abovedada son de sillares del tipo "piedra molasa de Montoro", y constituye uno de los ejemplos más interesantes de la primitiva "industria" andaluza.
La aceña estaría situada en el cauce mismo del río y en época de estó, o de poco volumen hídrico, la corriente del río sería cortada por la azuda o dique que formaban los tajamares y compuertas aliviaderos, y conducida hacia las pontanillas de la aceña, donde su fuerza motriz movía las siete piedras de cubilla para moler el trigo. Hasta principios de este siglo, gentes del pueblo trabajaron en las labores propias de la molienda.
Posiblemente las aceñas tuvieron un origen heleno. Como referencias históricas más antiguas, podemos destacar una escrita plasmada en el tratado de Vitrubio De Architectura, del año 25 aC., y otra gráfica en el Gran Salón del Palacio de Bizancio (siglo V d. C.). En la Península hay una reproducción en un arca mudéjar del siglo XIII. Seguramente fueron introducidas en al Península por los árabes y su máxima difusión se daría durante el Medievo y el Renacimiento, siendo calificadas como verdaderas factorías de la época y en ocasiones motivo de enfrentamiento entre distintos intereses; tal es el caso de las disputas habidas entre molineros y barqueros. Como ejemplo, podemos reseñar que el rey Pedro El Cruel ordenó a los propietarios de los molinos dejar libre un canal para los barcos que transportaban trigo entre Córdoba y Sevilla. De igual modo, una ordenanza del 27 de abril de 1621 obliga a los propietarios de los molinos a dejar abierto un canal de cuatro brazas de largo por dos varas de profundidad para las embarcaciones.
Por la importancia que tenían para la vida y por los fraudes a que se prestaban las operaciones de la molienda del trigo, fueron los molinos objeto de preferente cuidado por nuestra antigua legislación.