Ya me desprendí de esos brazos que acunaban seguridad. Ahora me siento a solas en la penumbra a contemplar cómo van cambiando las sombras en la noche. Si cierro los ojos en calma y me concentro, puedo notar cómo serpentean mis miedos, cómo se arrastran maquiavélicos por los huecos de mi alma. Casi puedo sentir el revolotear de mis sueños. Esa brisa fresca, matutina, que levanta con su vuelo. Pululan a placer por la estancia nocturna. Me abandonan… Me he vuelto a encerrar en esta oscura habitación donde mando a callar al molesto silencio cada noche; cada día. Me he sentado de nuevo en esa silla. Aprecio las hendiduras que su sombra refleja en el suelo. En mitad de esa habitación, dejándome acariciar por los últimos rayos del sol que muere a mi derecha. Sintiendo el gélido baño de la luna anciana, pálida; luna que invade mi soledad, se cuela por los barrotes de mi ventana para rozar mis pies.

Hace días que desapareció mi apetito. No recuerdo la última vez que me levanté de esa silla… Ni siquiera estoy segura de que haya salido de esta habitación alguna vez… Quizá siempre he estado
aquí, quizá soy parte de ella desde el principio…

EVOCACIONES: Me gusta pensar que soy el mismo de siempre. Mi espíritu joven no se adormece con el pasar de los años. Pasear cada día hasta el mismo acantilado, y sentir el crujir de las piedras bajo mis pies como si fuera la primera vez. Sentarme bajo el frescor de la higuera y saborear el fruto temprano de mi huerta. Ver el camino perfecto que forman las hormigas y hundir mis dedos en la tierra tostada por el sol. Me conformo con mi simplicidad. No quiero más. Pero es imposible ignorar que todo tiene un fin. Amargamente recuerdo mi solitaria mesa, siestas rotas y la sequedad de mi boca al pedir agua fresca. A pesar de cuerpo cada vez más quebradizo, aún puedo notar mis sentimientos erosionar bajo mi piel. Ya no perdí tu perfume en la almohada; apenas se oye el eco de tus lejanos pasos. Cómo penetra en mis huesos el olor a tierra mojada. Se tiñen de sepia los recuerdos de antaño. Ahora las sombras de las resecas ramas gobiernan nuestra morada. Los atardeceres eternos bañan las tejas de cobriza tristeza.