El Puente Romano, la pieza más destacada de nuestro patrimonio, fue declarado Monumento Nacional en el año 1931.
Para organizar el imperio, los romanos construyeron una red viaria sin precedentes en su tiempo. Para salvar los accidentes del terreno, desarrollaron una importantísima ingeniería civil, que tomó su inspiración de los modelos constructivos que el mundo mesopotámico les había legado a través de la cultura etrusca; sobre todo en lo que concierne al empleo del arco y la bóveda, creando sistemas constructivos más dinámicos que desplegaron un ingenio y un sistema práctico que hoy día aún nos asombra por su sofisticación y eficacia. Nuestro puente es un ejemplo destacado de esta arquitectura civil.
Está situado en la Vía Augusta, sobre el arroyo Salado, a un kilómetro de nuestra población. El material empleado es la arenisca de la zona – molinaza -, y la técnica constructiva es el Opus Quadratum. La mayoría de las opiniones lo sitúan en torno al s. I, época de Augusto. Como datos a destacar hay que mencionar su estructura asimétrica formada por un arco central, flanqueado por dos más pequeños a los lados; y un tercero en el lado derecho, visto desde la fachada contracorriente. Destaca también el almohadillado de sus sillares, que le dan una plasticidad casi escultórica; las dovelas engatilladas, para dar así más fuerza a sus arcos; y el encabalgamiento de estos últimos -un ejemplo poco frecuente-, sobre los arquillos de los aliviaderos; de manera que las dovelas de estos últimos constituyen las jambas de los primeros, lo que hace que gane en cohesión y belleza. Cuenta con tajamares triangulares en la fachada contracorriente, que encauzaban las aguas hacia los arcos – formados por sillares almohadillados que se unen perfectamente a su pilar correspondiente -.
Estuvo en uso desde su construcción hasta mediados del siglo XX.
En el escudo lo representamos por un dibujo del referido puente con sus colores.