Dormitando en relativa soledad, cabeceando sobre la artesanal mecedora recién estrenada, John soñaba en apenas un hilo de consciencia, confundiendo verdades con fantasías maravillosas. El olor a madera penetraba con intensidad sus cansados pulmones.
No había lugar más idóneo para aquella mecedora que aquel . Bajo el ventanal de su despacho. Allí , donde la luna se colaba cada noche a acompañarle. Recoveco que presidía la estancia. Y mientras mecía su ya decrépito cuerpo a la espera de la hora, el crujir hiriente del nogal bajo sus pies, le adormecía con la misma dulzura de una nana. Lanzó un lánguido suspiro a la noche y el aire taciturno se lo devolvió en un murmullo seco. Sin duda el momento no se demoraría mucho más… Como ángel anunciador, una majestuosa lechuza batió sus alas sobrecogiéndole y voló hacia su ventana. Sobre el alféizar de ésta, destripó a su pequeña presa bajo su atenta mirada. Aquella criatura, hecha de instinto, ajena al resto de realidades que conforman su mundo, atrapó su total atención haciéndole filosofar. Elevando sus pensamientos más allá de la sangrienta escena que ante su cuerpo se desempeñaba.
El eco de las campanas lejanas de la iglesia cayó sobre él como un cubo de agua helada. Contuvo el aliento un instante. Era la noche, no había duda. Eso se sabe, es intrínseco al alma. Entonces notó cómo su nocturna amiga posaba sus amarillos ojos sobre los suyos. Una quietud como ninguna otra antes percibida ensordeció la noche y, todo resquicio de aire se disipó. La lechuza permanecía imperturbable ante todos aquellos acontecimientos que estaban ocurriendo a su alrededor. Y llegó. Como tantas veces lo había imaginado. La mano estranguladora de la muerte se ceñía sobre su frágil cuello y le robaba el oxígeno. Y mientras más se sumía en la negrura eterna, más le consumía la mirada de aquel animal. Cerró los ojos ante el horror de su propia muerte y todo cesó de inmediato. Al abrirlos de nuevo, se halló en soledad. La lechuza había abandonado el alféizar de su ventana. En un esfuerzo por ver si ésta se encontraba cerca aún, John se levantó con sorprendente agilidad y se asomó a la triste noche. Y, como si de una descarga eléctrica se tratase, un frío infinito lo sacudió al ver la procesión maldita de las ánimas detenerse frente a su puerta.
Abrió los ojos con el mayor de los horrores cuando todas esas formas espectrales lo señalaron. En un impulso por aferrarse a lo terrenal, se giró para buscar su mecedora, y su macabra sorpresa le fue expuesta sin aviso o indicios: ya era parte de ese ejército espectral. Su cuerpo dormía sin soñar. Su alma, atrapada sin remedio, estaba condenada ya a vagar por siempre a la misma hora. Todo eso ocurrió ajeno al resto del mundo. Como se forjan las leyendas de un pueblo extraño. Las historias inverosímiles que son el cimiento de culturas ancestrales y lejanas.