Una vez compuesto hubo un paréntesis, o proceso de maduración o aceptación de varios años, aproximadamente unos diez años, en los que yo traté de ir explicando y divulgando el contenido del mismo.
Pero fue a raíz de la llegada de la Democracia hacia 1976 cuando se comenzó el proceso de legalización oficial, a petición del primer alcalde democrático D. Bartolomé Delgado Canales.
Como mis conocimientos en heráldica eran limitados, a tal efecto me puse en contacto con D. Juan Bernier Luque, Académico, historiador y poeta que en aquel momento se hallaba trabajando en Diputación en el Catálogo Artístico y Monumental de la Provincia de Córdoba. Le hablé del encargo que inmediatamente aceptó con sumo agrado, y del proceso que había seguido para componerlo.
Para mí fue muy gratificante su felicitación por el laborioso trabajo realizado.
Le pedí que él redactara la memoria y descripción del mismo, y que introdujera el símbolo heráldico más adecuado y conveniente manifestándome al poco tiempo, que él consideraba que debía de ser del Mayorazgo de Aldea del Río, fundado por don Antonio Alfonso de Sousa en 1636.
Le explique a Juan Bernier como pacientemente desde el año 1960 al 1970 había consensuado el escudo con medio pueblo de la siguiente manera:
Dibuje varios escudos en color, entre ellos el que me comentó D. Luis Peñalver secretario del Ayuntamiento y me dedique durante los veranos siguientes a 1960 a enseñarlos discretamente, en todas las ocasiones que se me presentaban, tales como en las tertulias de los bares, en el fútbol, en los concursos de cante, en la caseta de feria, en las romerías, en las reuniones de amigos, etc.
Recuerdo especialmente con el énfasis y satisfacción que eligieron el escudo algunos paisanos como Bernardo Cerezo, mi tío Pepe Sabio, Miguel Ángel Alvear, mi hermano Miguel, José Luis Mañas (Pepitín), Eduardo Vinuesa, Ángel Cabrera, Pedro Bueno, Matías Prats, Juan de Dios Domínguez, Pedro Luis de León y Palomeque, Antonio Calleja, Juan Ramírez Castro, Fernando Cerezo, Alfonsito Romero Cerezo, Sebastián Centella Pérez, etc.
Y digo énfasis, porque todos me decían que los otros escudos podrían ser de un pueblo cualquiera, pero que el de la Estrella, el Puente Romano y el Río Guadalquivir, ese sólo podía ser de Villa del Río.
No podéis imaginar lo gratificante que era para mí constatar que la casi totalidad del pueblo apostaba por la propuesta que yo también consideraba las más acertada.
Sin darme cuenta hacia el año 1970, el escudo ya se conocía y había sido aceptado popularmente.
Aún faltaban cinco o seis años para que llegase la deseada Democracia y había sido elegido casi por mayoría.

José Luis Lope y López de Rego

Revista de feria 2003