(Bartolomé Delgado Cerrillo)
Fuente: Revista de Feria de 1993

La mayor parte de los viajeros del setecientos atraviesa la provincia de Córdoba por el itinerario central que es: Andujar, Aldea del Río (Villa del Río), El Carpio, Alcolea, Córdoba, Mangonegro, La Carlota, Écija. Algunos de ellos proceden de Madrid, pero la mayoría vienen del oeste – Cádiz y Gibraltar-, lo que da idea de la importancia que tiene la entrada a España por estos puertos.
Esta ruta es parte del Camino de Andalucía – vía Despeñaperros- que se consolida definitivamente en el siglo XVIII y muestra la perfecta centralidad de la capital dentro del territorio cordobés y el abandono de la unión Córdoba-Sevilla por la margen derecha del Guadalquivir – vía Posadas y Palma del Río-, que es entonces sólo recuerdo.
Este denominado Camino de Andalucía debe su origen y orientación a los romanos, quienes se asentaron en el antiguo poblado de Sissia, de origen ibérico, y construyeron ese magnífico puente sobre el arroyo Salado, cuya disposición obedece a la misma dirección que marca el citado camino.
El hecho de encontrarse nuestro pueblo en esa ruta ha condicionado sobremanera su estructura de "pueblo caminero", reflejándose en su actual morfología urbana, si bien no ha sido factor determinante; se trata de una situación urbana ribereña – su epíteto actual del Río y su denominación romana Ripa son bastantes significativos al respecto- junto al Guadalquivir y su emplazamiento en el llano le ha dado esta clarísima estructura caminera, con eje longitudinal -la antigua travesía de la carretera nacional IV – y escasa expansión lateral.
Otro dato en cuenta: según algunos documentos existentes en el Archivo Municipal de Córdoba y fechados hacia 1531, la ciudad de Córdoba era propietaria del castillo de la aldea -hoy actual ayuntamiento-. Ni que decir tiene que a todo el peso del poder que la ciudad ejerció sobre Aldea del Río como una más de sus aldeas, se unían el establecimiento de la aduana al Reino de Córdoba por el Guadalquivir y ser la primera población cordobés con el viajero y sus mercancías se encontraban viniendo desde Castilla por el puerto de Muradal.
Evidentemente los viajeros no restringen sus apreciaciones a los caminos, sino que nos informan sobre los pueblos y paisajes -principalmente agrarios- por los que pasan. Son muy diferentes las opiniones según la época a que hagamos referencia. Así en la Edad Media es muy posible que abundaran más el minifundio que el latifundio, dada la pequeñez del término de Aldea del Río. Los únicos latifundios conocidos hasta hoy en relación con la Aldea del Río, aunque no de su término, durante la Baja Edad Media eran dos de la Vega de Armijo. Sus propietarios fueron don Juan Martínez de Sousa. Las relaciones permanentes del laboreo de las fincas de la Vega de Armijo con Villa del Río radicaban en que, al menos, los herederos del primero poseían, a la vez, numerosas pequeñas propiedades n el término de la aldea.
Por la que se refiere al aprovechamiento de la tierra y paisaje agrario del término, aparte de la dehesa para pastos del consejo de la aldea, los vecinos se dedicaron preferentemente al cultivo de cereales y de viñas durante los siglos XIII y XIV en una proporción muy aproximada del 50% del termino para cada uno de los cultivos citados. Desde comienzos del siglo XV se acusa la presencia de olivares y almendrales en extensión difícil de precisar, dada la escasez de datos que aporta la documentación reunida al efecto. A ello hay que añadir el aprovechamiento de los cañaverales del río, muy significativos en el paisaje local, ya que aún hoy y desde el siglo XIV hallamos topónimos relativos a los mismos.
Industrias subsidiarias de estos cultivos -cereal y viñas- fueron los lagares y bodegas para el almacenamiento del vino, y las aceñas o molinos de cuya extensión, aprovechando la corriente del Guadalquivir, tenemos noticia desde los primeros años del siglo XIV. Próximas al término se encontraban las aceñas de la Vega de Armijo, propiedad de Don Juan Gil de Alcázar, y junto a la aldea se situaban otras, desde la misma fecha, de uso, indudablemente, aldeano.
En general, es patente una gran fidelidad y exactitud en la descripción del paisaje agrario- por el que los ilustrados sienten pasión-, también del urbano, y por supuesto del patrimonio artístico y arqueológico. Uno de estos viajeros ilustrados del siglo XVIII, Antonio Ponz, en su obra titulada Viaje por España, en que se da noticia de las cosas m
más apreciables, y dignas de saberse, que hay en ella, en el tomo XVIII, dedicado a Andalucía, describe el paisaje agrario del valle del Guadalquivir en el tramo Aldea del Río – Córdoba. Los extremos que éste consigna, aunque sin su precisión, se corroboran por otros viajeros. Así la importancia del Valle en olivares y granos, que "jamás -dice L. Fernández de Moratín, uno de ellos- los he visto más hermosos ni en mayor cantidad".
Es también Ponz el que recoge una visión un tanto esquiva e indiferente de nuestro pueblo, bastante banal, por cierto: "Aldea del Río me pareció población de quinientos o seiscientos vecinos, repartidos en dos o tres calles muy largas, con una parroquia, donde nada encontré que poderle decir a usted. Se ocupa parte del vecindario en fabricar paños ordinarios. El nombre de Aldea del Río es porque el Guadalquivir pasa tocándola por su lado de poniente".
Otro inquieto viajero del Setecientos, el inglés H. Swinburne, que recorrió nuestro país en los años 1775 y 1776, nos aporta una visión más entusiasta y pormenorizada sobre los alrededores de nuestro pueblo hasta llegar a la misma Córdoba. Es de destacar su precisión en la descripción del paisaje agrario de los alrededores de la capital, respectivamente viniendo de Sevilla y al norte y este de aquella: "El campo es completamente desnudo, acolinado y arable. La panorámica del río, la ciudad, y los bosques de los cerros opuestos es extremadamente agradable y pintoresca".
"Los alrededores son deliciosos y se disfruta de una rica variedad de bosques, altozanos y cultivos, vivificados por la abundancia de agua clara. La tierra llana produce olivos y trigo, y mucho de este terreno está ocupado por huertas, donde prosperan frutales de gran tamaño, que parecen muy formados y saludables. Los terrenos más elevados están cubiertos por encimas y pinos, que los labradores arrancan en las mejores parcelas para plantar olivos y algarrobos. Las casas de campo están construidas en medio de cercados y huertos de naranjos. La tierra calma se arrienda por una cantidad fija de grano o variable según la cosecha, los eriales se ceden a cambio de una cierta renta en metálico".
A grandes rasgos, las informaciones que aquí se han dado sobre la morfología urbana y rural de nuestro pueblo han de ser consideradas dentro de un marco más amplio, que el profesor López Ontiveros denominada pueblos campiñenses, refiriéndose a una comarca cordobesa que abarca treinta y dos municipios y agrupados en una interesante clasificación hecha a partir de su morfología urbana, en virtud de la cual hay los siguientes tipos:
– Pueblos Ribereños: Montoro, Castro del Río, Puente Genil, …
– Pueblos Camineros: Pedro Abad, Villa del Río, …
– Pueblos de Llanura: Villafranca, La Carlota, La Victoria, …
– Pueblos de Emplazamiento mal Definido: Cañete, Bujalance, Valenzuela, …

La importancia de Villa del Río radica fundamentalmente en ser cabecera de la ruta que da entrada a la provincia de Córdoba. Por la trascendencia histórica casi mítica de Córdoba, esta capital concentra tanto la atención de los viajeros ilustrados que el detalle que dedican al territorio de su jurisdicción es bastante menor. Además el estado lamentable de los caminos del norte y sur provincial y el pie forzado que le impone su itinerario normal, que es el de Madrid a Sevilla, o la inversa, en el tramo Aldea del Río – Córdoba- La Carlota del camino de Andalucía, obviando casi por completo el resto del territorio cordobés.

Salvando este escollo, los datos que nos ofrecen estos viajeros ilustrados no omiten temas que les son muy queridos: el estado de los caminos, sus ventas y pueblos intermedios, los paisajes del Valle y Campiña proverbialmente ubérrimos, las realizaciones carolinas cordobesas. Todos estos temas, pues se devanan en sus relatos y tan sugerente es lo que en ellos nos informan como lo que sugieren sobre su mejora: el regadío que se podía desarrollar, el poblamiento que se podría crear, el arbolado que se podía plantar, las poblaciones que se podían establecer…

Por último, en épocas más recientes, también han sido varios los viajeros que, por uno u otro motivo, han pasado por nuestro pueblo y han dejado testimonio escrito del carácter de sus gentes, de su paisaje y de sus costumbres y tradiciones. Merecen destacar, entre otros, los nombres de Francisco Solano Márquez y Guzmán Reina. El primero habla de Villa del Río en su obra "Pueblos cordobeses de la A a la Z". He aquí sus palabras: "Estrella del Guadalquivir. Estrella por la Virgen de la Estrella, la patrona. Y Guadalquivir, rió grande, que estrecha al pueblo en su meandro, en un abrazo ceñido como una verónica. El pueblo se extiende alargado en suave curva, cautivo entre el río y la carretera por un lado y la vía de ferrocarril por el otro. Pueblo caminero, como le llama López Ontiveros, se ha amoldado al camino y es guardián vigilante de la puerta oriental de la provincia. Jaén empieza pronto. Villa del Río estampa en el alma del viajero del beso blanco de la bienvenida o del adiós".

Villa del Río siempre ha estado ligado al Guadalquivir, tanto, que antes de ser villa fue Aldea del Río, y antes aun Ripa u "orilla". Baja el río sin prisa y se complace en ser verde espejo donde la villa se mira cada mañana o cada tarde.
Por su parte, Guzmán Reina, que también es un fino poeta, piropeó una vez a nuestro pueblo con estas palabras: "En Villa del Río, la antigua Ripa, el agua alumbra huertas por el llano y sonríe a la Virgen de la Estrella, porque desde las sierras, viene reflejando luceros en su cristal tembloroso".
Es a la orilla del río donde mejor se mide el pulso y el alma del pueblo, recostado al pie de los olivares y mirándose en el agua tocado con la rojiza peineta de la torre parroquial. El río también se inmola aquí para fortalecer los partos de las hectáreas puestas en riesgos.